Masacrar a un animal no puede ser cultura (Foto: Difusión).
Se le denomina tauromaquia, y sus
inicios se remontan a la Edad de Bronce; siendo su expresión más moderna la
ahora llamada corrida de toros. En España país donde es casi una religión, y se
le denomina la “Fiesta Brava” se lleva a cabo desde el siglo XII. De ahí se
extendió a países vecinos como Portugal, y Francia.
Pero no solo en Europa hay
corridas de toros, de hecho es una costumbre que los españoles trajeron a
América, logrando que tenga arraigo en países como Colombia, Costa Rica,
México, Venezuela y Perú.
Este espectáculo sin embargo, es
sangriento, y tiene valga la verdad un trasfondo sádico, pues se trata de una
lucha desigual entre un hombre armado con una espada (torero) y un toro
denominado de lidia (toro bravo).
COSO DE ACHO… COSO DEL ABUSO ANIMAL
Precisamente en nuestro país, se
escenifican corridas de toros desde el
30 de enero de 1766, cuando fue inaugurada la plaza de toros de Acho (Rímac),
por el Virrey Manuel de Amat y Junet. Esta plaza es una de las más antiguas en
toda América, y tiene una capacidad para 13 mil espectadores.
Año a año durante el mes de
octubre, se realiza la Feria del Señor de los Milagros, que congrega a los
mejores toreros del mundo. El Premio Nobel de Literatura, el peruano Mario
Vargas Llosa es uno de los más fervientes defensores de esta práctica, que en
los últimos años viene recibiendo el rechazo de miles de personas en el mundo.
En Perú existe el colectivo llamado
Perú Antitaurino, que desde hace más de una década viene realizando marchas y
acciones de protesta activa en contra de esta práctica. Aquí viene la
interrogante ¿Por qué el rechazo?
Es fácil deducir el porqué hay
quienes rechazan las corridas de toros. En primera instancia es un acto de
crueldad extrema sobre un animal. El toro de lidia, se enfrenta al torero que además
del capote y la muleta (trozo de tela de
color rojo) es ayudado por los banderilleros, quienes clavan barras con punta de
hierro (entre 70 y 78 centímetros de largo) que le causan heridas profundas a
la embravecida bestia, que previamente recibe golpes con una vara larga del
picador (torero montado sobre un caballo) que posee a su vez una punta férrea
en el extremo.
Los golpes que propina el
picador tienen por objeto, obligar al toro a no embestir durante la lidia, y
restarle asimismo fuerza.
Nótese cómo sangra el toro debido a los terribles banderillazos (Foto: Difusión).
Tras un ritual de muletazos, acompañados
del tradicional: ¡Olé! ¡Olé! ¡Olé! Llega el momento del climax. El toro ya
extenuado, sangrante por las banderillas incrustadas en su lomo y los profundos
golpes del picador; recibe finalmente la estocada final. El torero mal llamado “Matador”
–debería ser sádico a secas- hace uso de una espada con la que finalmente le
atraviesa el pulmón al en ese momento martirizado animal.
El toro cae a los pocos segundos
totalmente ensangrentado, y en plena agonía el torero se le acerca y le clava
la puntilla que no es otra cosa que un puñal, con el que da fin a la masacre;
ante un público extasiado, y que poco tiene que envidiar a los enfermos
mentales, que en pasado acudían al Coliseo Romano a observar espectáculos
sangrientos, donde se evidenciaba un desprecio enorme a la vida humana.
Un grande como Mahatma Ghandi,
decía que los animales, son nuestros hermanos menores. Una cosa es matar un
animal para comerlo, y otra matarlo por pura diversión. Todos somos libres de
expresar nuestra adhesión o no a esta tradición española. Quien escribe
definitivamente cree que las corridas de toros no son arte ni cultura, como
propugnan sus defensores.
EL DATO:
Ricardo Palma, en su obra “Tradiciones
Peruanas” afirma que la primera corrida lidiada en Lima se dio en 1538.