Siempre ahí... de seguro se siente cómoda en su sempiterno papel. Aunque no la vió hasta hace muy poco, ahora le aterra el saber de su existencia.
Una lágrima habitaba siempre en sus pupilas. Un lágrima gruesa que se resiste a caer. Es un dolor profundo, algo que lo encadena.
Lágrima perpetua y fiel que lo tiene atrapado a su merced. Llanto cobarde que no se anima en aflorar, aunque perfecta compañía en ratos se suma soledad. Y sin embargo se pregunta el porqué de su presencia.
Recorrió las calles desiertas en noches sin luna. Caminó por plazas vacías... observó lo oscuro de la profundidad del mar. En la playa buscó la forma de hacer salir su llanto, pero éste simplemente no quiso asomar.
Se miró al espejo y se horrorizó. La lágrima había tomado tamaño descomunal. Ahora sí era fuerte. Se sintió derrotado y casi al borde de un abismo. Entonces le sobrevino un pensamiento: le asaltó un temor.
Se estaba haciendo débil muy débil por dentro.
Intentó luchar contra lo eminente, pero se dejó ganar. Ahora su eterna compañera era su peor enemiga. La lágrima adicionó en plural. Ahora eran lágrimas gruesas que caían una tras otra. Era llanto de inequívoca tristeza. Estaba completamente solo.
Volvió a mirarse al espejo; ahora ya sabía su nombre. Su identidad mejor mantenerla en secreto. Pero en ocasiones cuando en madrugada los perros ladran, parece llegarnos a lo lejos el eco ensordecedor del llanto amargo de almas penando.
Era una pena... su nombre mejor ni mencionarlo.
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